viernes, 14 de mayo de 2010

Vagabundo, coche, Dios, princesa, motel, sueños, realidad (1)

Mientras el vagabundo fantaseaba con conducir el coche de Dios, la princesa jugueteaba con su cuerpo y se imaginaba entre sábanas sucias de moteles baratos. Incitados por sueños divergentes, se alejaban de la realidad que un día los llevó hasta el altar.

Vagabundo, coche, Dios, princesa, motel, sueños, realidad (2)

No era vagabundo ni rey pero la invitó a subir al coche y la llamó princesa.
Tras el primer roce se vio en la cama de un motel. Su Dios no le permitía tener sueños así que cogió el dinero y se ciñó a la realidad.

Vagabundo, coche, Dios, princesa, motel, sueños y realidad (3)

Su look vagabundo chirriaba al lado de su coche. 
¡Por Dios, qué mezcla tan poco ecléctica! pensaba la gente al verle pasar. Pero a él no le importaba, iba en busca de su princesa. 
Ella le esperaba en el viejo motel, inspirando cada uno de sus sueños, lejos de la realidad.
Y tras quince minutos de una sentida y minuciosa argumentación, añadió: porque esta es la última oportunidad que te doy.
Y así se lo repitió 9.100 veces más.

Diferencias

Pasados los días trazó una raya vertical que dividía su libreta en dos. Arriba añadió: los que están y no están.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Fucking Karma

It was three o’clock in the morning when the telephone rang. Apparently nobody was waiting for that call, but probably it made us feel better, giving us a small pause. There wasn’t a phone inside the house, so rapidly the man sitting in front of me picked his gun up from the top of the table and ran to pick the telephone up outside, where there was an old and rusty telephone box. Before going out shouted:

— If one of you tries to become a hero or to move a fucking finger, I can assure you that it will be the last thing you do. Bunny, look after of those fucking bastards. Just take this gun, point it at them, and don’t hesitate to shoot them if they try to do something strange, okay Bunny? Did you hear at me? Look at my eyes!
And before leaving us he whispered in her ear… — Don’t worry honey bunny, it’s all going to be okay.
And after that, he opened the front door and went out quickly. Outside it was raining. There were three persons more with me that night inside that old house in the middle of nowhere. A couple in their mid forties and their daughter, a beautiful girl who had a necklace with her name: Sarah. I had never seen them before. They look like foreigners and also as frightened as me. Although we had been there for more than seven hours, we didn’t know each others’ names either. I mean we didn’t know anything about one another. And maybe that’s why in a moment of weakness the little Bunny, who was there, holding a gun between her small hands, pointing it at all of us, needed to know a bit more about us. So, she decided to ask and she started with the family:

— Hey! You! What’s your name?
The woman who looked tired, answered:
— Mary…
— And the man sitting next to you… Is he your husband"
—Yes, he is.

— Don’t say anything! — shouted the man to his wife—Are you crazy? She is pointing at us with a gun. She wants to kill us.
— Shut up fucking man. Who do you think you are? I’m just talking with her! Just talking! —answered the girl. And while she was saying that she was pointing her gun at his head, every time closer and closer. And then Mary’s husband did exactly what he shouldn’t have: shout at her trying to move her arm away. Bunny couldn’t take it, and reminding what Bill had said before leave the house she just simply pulled the trigger. The bullet went through Mary’s husband’s head directly into the wall. Mary covered with her husband’s blood started to shout and cry, and her daughter did too.

— Don’t’ shout! —said Bunny —Stop now! Don’t shout bitches!
Hearing all that, Bunny’s partner came back to the house!
— What happened here? For God’s sake! What’s this fucking mess, Bunny? I just went out for a minute! Shit, shit, shit!
— I’m sorry Bill, I really worried about it, but it wasn’t my fault. He shouted at me… and it makes me lose my head… You know that, I’m so sensitive.
— It’s okay my Bunny, don’t cry. Just calm down. Everything is okay, I like your mind.
And forgetting to do something that could save my life I just looked around me, and viewing that situation I felt a deep fear inside me. Instead of do anything I just started to think. How have I finished there this bloody night? Why wasn’t I at home, sitting on my sofa having a beer with my brother and talking with him about the last Chicago’s game? Was it a fucking joke? A nightmare? Unfortunately, it wasn’t.

By then, the man was sitting again in front of me. Pointing at us. I looked at his eyes praying to get away safe and sound. But something inside me, maybe my instinct plus the facts, were telling me that night would be the last. Was I sentenced to death to be killed by two insane guys?
— Fucking karma —I though.

El censor

El día en que L.P cumplía 49 años sintió la necesidad de viajar al país de los sueños y comprar por fin esa casita adosada con la que siempre había soñado.
Al llegar a la frontera topó con un hombre de traje gris. Recorriéndola de arriba abajo con la mirada le preguntó: ¿DNI?

El censor (la resolución)

A L.P no la dejaron entrar al país de los sueños. En su carta de resolución declaraban: supera la media de edad.

De yo a yo

Tengo siete casas con siete habitaciones, una para cada día de la semana. Cada habitación contiene doce sillas, una para cada mes del año. Sin embargo, todavía no sé en cuál de ellas me siento más yo.

Prismas limitados, un modo de ver la vida.

Aquél día llevó a su hijo a la oficina para darle ejemplo.
— Hijo, ¿ves todos estas cabezas? Son trofeos. Así es la vida en la jungla: o eres cazador o serás cazado.

La fuerza de la palabra

Le dijo que nunca lo conseguiría. 
Y él la creyó.

La fuerza de la voluntad


Le dijo que nunca lo conseguiría.
Se equivocaba.

Muertes necesarias

Tomó la espada, y mientras se acercaba, mirándolo fijamente a los ojos, se la clavó en la entraña.
Por fin había acabado con el último de sus miedos.

Melancolía crónica

Y dígame doctor: ¿es esta opresión en el pecho una alergia sin más?

Sábados de creación

En mi familia somos gente de costumbres. Costumbres que, a base de repetición, se convierten con el paso de los años, y nuestro beneplácito, en tradición familiar.
Tenemos muchas y de muy variada condición. Una de ellas, tal vez mi preferida, es la del sábado de creación. Desde hace más de un millar de sábados, la familia al completo se reúne en la casa de mi abuela, que a su vez, es también mi casa y la de mi tía Betina. Y el día gira en torno a la comida, las buenas ideas, según nuestro parecer, y un gran pavo asado con guarnición de patata o arroz. Debo aclarar, que no se trata de una celebración cristiana. Para nada. Tampoco musulmana o similar. Hace años que decidimos no participar en este tipo de rituales y nadie pudo oponerse, pues está claro, que cada uno hace lo que a su entender más le conviene. Así pues, como iba diciendo, nos reunimos una vez más para celebrar el sábado de creación. En esta ocasión, mi madre y mi abuela preparaban la mesa mientras mis tíos, mis hermanas y yo acabábamos de concretar nuestro próximo proyecto. Como siempre, había sugerencias varias, pues mis hermanas apostaban por un patíbulo como los de antaño, mientras mis tíos preferían una reproducción a tamaño real de la torre Eiffel.
- ¡Hay sitio, hay sitio! -Aseguraban ellas cogiendo una cinta métrica que cruzaba el patio trasero. 
Yo por mi parte, prefería algo más emocionante, tal vez una montaña rusa con luces de colores que empezara en el patio de atrás y girara, subiendo por el tejado para volver a descender después en una pendiente un tanto peligrosa a la vez que divertida.
Como no conseguíamos ponernos de acuerdo, decidimos empezar a buscar materiales, pues fuera como fuere, íbamos a necesitarlos. Mis hermanas salieron con la vieja camioneta del tío Fito dispuestas a encontrar todo lo necesario.
- También habrá que conseguir algo de efectivo -Añadía mi abuelo- Son numerosos los recursos que vamos a necesitar esta vez.
Mientras, en otro lado de la casa, la abuela disponía la mantelería según lo estipulado: minutos antes, cada miembro había escogido un animal que mi abuela con su caja de rotuladores de la escuela, dibujaba con la inspiración fogosa del mejor artista.
Por mesa se utilizaba un gran tablón de madera y por vasos, pequeños cuencos de cerámica que mis hermanas realizaban semana tras semana llegando a disponer centenares de ellos acumulados ya en cajas y sobre todas las repisas de la casa. La verdad es que era todo un espectáculo, nuestro espectáculo. A menudo, los vecinos merodeaban por ahí, curiosos y escandalosos posaban su nariz entre la verja. Comentarios varios eran los que se hacían, pero a nosotros era algo que nunca nos había importado. Incluso muchas veces, les animábamos a entrar, pasen y vean, y aunque muchos se negaban les decíamos siempre: sepan que son, y serán siempre, bienvenidos a nuestro hogar.
 
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Palabroflexia y otras verbalidades by Jordina Navarro Llop is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported License.