viernes, 31 de diciembre de 2010

La ignominia del mamut


El elefante decidió abandandonarse a la afrenta que el viejo mamífero le había causado incluso después de muerto. Era consciente: hoy, como un ramillete hortera de boda antes de ser lanzado al aire, él era la comidilla de hienas y amantes de la carroña. Ahora toda teoría y código caía en el olvido y se diluía ante él como un lípido rodeado por una banda de hidrocarburos hambrientos. Nada parecía real. Se sentía como un okupa de la evolución. 
 Dónde está Darwin, eh?— Se preguntaba. 
Sin embargo, Anna tenía razón, y pese a todo su dolor, lo que había salido de sus labios era verdad. No había opción. Así que suspiró, y sin resquebrajar ni un centímetro más el telar del que ahora toda su identidad pendía, se arrastró hasta el elenco de mandatarios y concluyó: 
Está bien, aceptaré ese injerto de pelo. Pero de alargarme los cuernos ni hablar.

jueves, 9 de diciembre de 2010

La oficina


Como cada día a las 8.25 y a las 17:43h Leonardo se levanta de su mesa para meterle mano a la secretaria. No sin antes preguntarle con quién haría un trío. Ella, acostumbrada a ese tipo de preguntas, revisa el panorama y responde que con Alberto, porque Bernardo le cae mal a Claudia y Edelmiro no usa chaleco los viernes. Y es que a la secretaria, le pueden los chalecos. Más allá, enfrente del radiador, se sientan Juanjo y Alberto. Como siempre, tienen poco trabajo y se dedican a contarse ocurrencias idiotas: ¿Qué le darías a Mac Gyver si estuviera en el fondo del mar atado con cadenas de una tonelada? Silencio. Un abrelatas oxidado, una pared de ladrillo hueco y dos chihuahuas El eco de sus risas es mayor que el número de veces que Sandra, la becaria, se ha puesto falda corta esta semana: 1.778.005. Por otros horizontes, las puretas de la empresa, por lo visto tan calientes como enamoradas, han determinado mientras salían del baño que la sensación térmica es el mejor indicador del amor. Eso, después de preguntarse si les gustan más los hombres con o sin pelo en el pecho, a lo que han respondido todas menos una que los prefieren con. Por aquello de sentirse ellas más femeninas y menos lobas. Pero sin duda, el tema del día es el accidente de Javier, quien está ingresado desde hace 4 días con quemaduras de tercer grado. Cuando le preguntaron cómo sucedió, el chico, que no da mucho de sí, contestó que el agua estaba demasiado caliente. 
Entre todo este espectáculo de hormonas y olor a crema anti-age, estoy yo y mi anécdota personal del día. Esta mañana, mientras me preparaba la comida he detectado que me faltaba algo. Al ver a mi compañera de piso no he dudado en preguntarle: ¿Y el pepino que había en la nevera?

martes, 7 de diciembre de 2010

¿Y el pepino que había en la nevera?

La tía, no sé si por vergüenza o despecho, prefirió no contestar.


Inteligencia colectiva


Aprovechó cada momento de angustia y de dolor. Aprendió de cada grito. Pulió cada ofensa. Recibió con cariño el menosprecio y atendió las faltas de respeto. Siempre, agradeciendo la oportunidad que le brindaban.


Así creció y construyó nuevas historias.


viernes, 3 de diciembre de 2010

Desangelado


Pedí una tónica tras ver a Nico, "el arquitecto de moda". El tipo más que un icono es un cínico con corona. ¡Un atrevido! Se subió al tren de la técnica gracias a un arco de línea recta que presentó durante la última Feria Ciento. Dicen que como resultado de la teoría del cítrico... ¿Y qué más? Ahora es rico; invitado a cenar con el coro de Cien; portada de la revista Río; y más famoso que un reno en las tiendas de souvenirs suecas. Solo le falta ser figurita en el museo de cera. 
Pero en realidad no es eso lo que me molesta de él, sino haber descubierto en la última cena de ángeles protectores que el muy ruin, además de rancio, es ateo.

Unicornios y mazmorras


Era sabido en el lugar que gracias al laborioso trabajo del equipo, un grupo de unicornios enanos aficionados a las fiestas de osos con arneses y chalecos de cuero, la maquinaria funcionaba a la perfección.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Mi medio cuadro


Tengo un cuadro en la entrada. Lo colgué allí porque había un gancho que los anteriores inquilinos me habían dejado amablemente después de arrancar hasta el último cable de la luz. Así que, tras comprobar su consistencia y grosor, lo colgué. Debo reconocer que me gustaba. Tanto, que decidí comprarle una mesita y un jarrón a juego. Ese cuadro era mi orgullo. Y como cualquier otro exceso de estimación (en este caso, apropiado) pasaron pocos días antes de que sintiera la necesidad de alimentarlo. De manera que, solo para armonizar, remodelé el salón. Luego el dormitorio, el baño y, sin quererlo ni beberlo, la cocina. Compré un par de muebles renacentistas y una butaca con un estampado de lo más sintónico a él. Cambié las cortinas y puse un nuevo papel para resaltar la luz que desprendía. Compré un armario nuevo para el dormitorio porqué le pegaba, y un sinfonier con figurita incluida para que le hiciera compañía. Un pisapapeles de origen japonés que adopté una tarde en la que todo me parecía un reflejo de él. Jabones que emularan su olor en el baño y trapos de todas sus tonalidades en la cocina. Sobra decir que a los pocos meses el cuadro, mi casa y yo éramos uno.
Sin embargo, hoy he pasado por delante del cuadro sin tan siquiera mirármelo. Y es que creo que ha perdido intensidad. Ahora lo veo aburrido, inexpresivo. Siempre el mismo tema. Siempre tan pintado. Cualquier persona en mi lugar decidiría cortar con el problema. Sacar el cuadro. Pero entonces tendría que cambiarlo todo: arrancar cada detalle, borrar toda huella. Solo pensarlo me mareo. Así que optaré por un desasosiego reprimido. Gin-tonic en mano, me sentaré en el sofá y miraré hacia otro lado. Al fin y al cabo, solo tengo que esperar a que la muerte nos separe.

lunes, 21 de junio de 2010

Llámese madurar

De pequeña era algo contestona. La típica niña resabida pero con gracia. Mas crecí, y durante una época, sin perder la gracia, me convertí en idiota. Por suerte, la gente cambia.

Ojo electrónico

Nadie lo sabe pero desde hace tres semanas tengo un ojo electrónico. Me costó una fortuna pero estoy encantada. Cada vez que alguien se me acerca, mi nuevo ojo me ofrece un minucioso informe compuesto por tres estudios de mercado y un análisis DAFO. No falla.

(Des)ayuno

Me levanté una mañana en medio de un sueño extraño. En éste, una caja de cereales exhibicionista me mostraba su interior. Llevaba tacones de aguja y un batín satinado de color púrpura. 
 Mira, mira! me gritaba con voz sensual desde encima del armario. Sabrosos copos de maíz tostados al Sol. Cómeme, cómeme. y poco a poco, veía como se abalanzaba sobre mi, volcándome lentamente sus copos en la cara. 
En aquél momento me acordé de mi abuelo, quién siempre me había aconsejado empezar el día con un trozo de panceta bien frita.

Lo no dicho

Quedamos para cenar. Decidimos ir a un local nuevo cerca de su casa.
Lo que pasó allí, solo lo sé yo.

Mirada de gata

Aquel día Tita cogió a su gata Mariana y salió de casa dispuesta a sacrificarla. Estaba harta de que la amenazara con contar a su marido lo mucho que gritaba cuando la visitaba el vecino.

Prostitución digital

Tenía tres manos, así que puso dos en alquiler.

Alfabeto

Acto Bizarro, Colosal Desacato. El Funesto Gangueaba Hasta Irritar. Judío Kaiser. Los LLamados "Merecedores" Noqueaban Ñatas. Obediencia. Penitencia. ¿Quienes son, Torquemada? Ultrajante Veleidad. ¡What Xenófobos Y Zoquetes!

Aspirante a puré de zanahoria

Me estoy muriendo y lo sé. Me apartaron de mi hogar; me sacaron a estirones y junto a mí se llevaron a otras tantas. Me metieron en una caja, me manipularon, me expusieron, me vendieron, me compraron. Regatearon con mi vida, se plantearon mi existencia y, luego, me encerraron aquí. No estaba sola pero no conocía a nadie. Frío. Oscuridad. Luz. Oscuridad. Cada vez éramos menos. Frío. Oscuridad. Luz. Oscuridad. Otros llegaban. Sin embargo, yo sigo aquí, en mi esquina. Me han salido muchas manchas y, pese a que nadie dice nada, sé que apesto. Este nunca fue mi sueño.

viernes, 14 de mayo de 2010

Vagabundo, coche, Dios, princesa, motel, sueños, realidad (1)

Mientras el vagabundo fantaseaba con conducir el coche de Dios, la princesa jugueteaba con su cuerpo y se imaginaba entre sábanas sucias de moteles baratos. Incitados por sueños divergentes, se alejaban de la realidad que un día los llevó hasta el altar.

Vagabundo, coche, Dios, princesa, motel, sueños, realidad (2)

No era vagabundo ni rey pero la invitó a subir al coche y la llamó princesa.
Tras el primer roce se vio en la cama de un motel. Su Dios no le permitía tener sueños así que cogió el dinero y se ciñó a la realidad.

Vagabundo, coche, Dios, princesa, motel, sueños y realidad (3)

Su look vagabundo chirriaba al lado de su coche. 
¡Por Dios, qué mezcla tan poco ecléctica! pensaba la gente al verle pasar. Pero a él no le importaba, iba en busca de su princesa. 
Ella le esperaba en el viejo motel, inspirando cada uno de sus sueños, lejos de la realidad.
Y tras quince minutos de una sentida y minuciosa argumentación, añadió: porque esta es la última oportunidad que te doy.
Y así se lo repitió 9.100 veces más.

Diferencias

Pasados los días trazó una raya vertical que dividía su libreta en dos. Arriba añadió: los que están y no están.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Fucking Karma

It was three o’clock in the morning when the telephone rang. Apparently nobody was waiting for that call, but probably it made us feel better, giving us a small pause. There wasn’t a phone inside the house, so rapidly the man sitting in front of me picked his gun up from the top of the table and ran to pick the telephone up outside, where there was an old and rusty telephone box. Before going out shouted:

— If one of you tries to become a hero or to move a fucking finger, I can assure you that it will be the last thing you do. Bunny, look after of those fucking bastards. Just take this gun, point it at them, and don’t hesitate to shoot them if they try to do something strange, okay Bunny? Did you hear at me? Look at my eyes!
And before leaving us he whispered in her ear… — Don’t worry honey bunny, it’s all going to be okay.
And after that, he opened the front door and went out quickly. Outside it was raining. There were three persons more with me that night inside that old house in the middle of nowhere. A couple in their mid forties and their daughter, a beautiful girl who had a necklace with her name: Sarah. I had never seen them before. They look like foreigners and also as frightened as me. Although we had been there for more than seven hours, we didn’t know each others’ names either. I mean we didn’t know anything about one another. And maybe that’s why in a moment of weakness the little Bunny, who was there, holding a gun between her small hands, pointing it at all of us, needed to know a bit more about us. So, she decided to ask and she started with the family:

— Hey! You! What’s your name?
The woman who looked tired, answered:
— Mary…
— And the man sitting next to you… Is he your husband"
—Yes, he is.

— Don’t say anything! — shouted the man to his wife—Are you crazy? She is pointing at us with a gun. She wants to kill us.
— Shut up fucking man. Who do you think you are? I’m just talking with her! Just talking! —answered the girl. And while she was saying that she was pointing her gun at his head, every time closer and closer. And then Mary’s husband did exactly what he shouldn’t have: shout at her trying to move her arm away. Bunny couldn’t take it, and reminding what Bill had said before leave the house she just simply pulled the trigger. The bullet went through Mary’s husband’s head directly into the wall. Mary covered with her husband’s blood started to shout and cry, and her daughter did too.

— Don’t’ shout! —said Bunny —Stop now! Don’t shout bitches!
Hearing all that, Bunny’s partner came back to the house!
— What happened here? For God’s sake! What’s this fucking mess, Bunny? I just went out for a minute! Shit, shit, shit!
— I’m sorry Bill, I really worried about it, but it wasn’t my fault. He shouted at me… and it makes me lose my head… You know that, I’m so sensitive.
— It’s okay my Bunny, don’t cry. Just calm down. Everything is okay, I like your mind.
And forgetting to do something that could save my life I just looked around me, and viewing that situation I felt a deep fear inside me. Instead of do anything I just started to think. How have I finished there this bloody night? Why wasn’t I at home, sitting on my sofa having a beer with my brother and talking with him about the last Chicago’s game? Was it a fucking joke? A nightmare? Unfortunately, it wasn’t.

By then, the man was sitting again in front of me. Pointing at us. I looked at his eyes praying to get away safe and sound. But something inside me, maybe my instinct plus the facts, were telling me that night would be the last. Was I sentenced to death to be killed by two insane guys?
— Fucking karma —I though.

El censor

El día en que L.P cumplía 49 años sintió la necesidad de viajar al país de los sueños y comprar por fin esa casita adosada con la que siempre había soñado.
Al llegar a la frontera topó con un hombre de traje gris. Recorriéndola de arriba abajo con la mirada le preguntó: ¿DNI?

El censor (la resolución)

A L.P no la dejaron entrar al país de los sueños. En su carta de resolución declaraban: supera la media de edad.

De yo a yo

Tengo siete casas con siete habitaciones, una para cada día de la semana. Cada habitación contiene doce sillas, una para cada mes del año. Sin embargo, todavía no sé en cuál de ellas me siento más yo.

Prismas limitados, un modo de ver la vida.

Aquél día llevó a su hijo a la oficina para darle ejemplo.
— Hijo, ¿ves todos estas cabezas? Son trofeos. Así es la vida en la jungla: o eres cazador o serás cazado.

La fuerza de la palabra

Le dijo que nunca lo conseguiría. 
Y él la creyó.

La fuerza de la voluntad


Le dijo que nunca lo conseguiría.
Se equivocaba.

Muertes necesarias

Tomó la espada, y mientras se acercaba, mirándolo fijamente a los ojos, se la clavó en la entraña.
Por fin había acabado con el último de sus miedos.

Melancolía crónica

Y dígame doctor: ¿es esta opresión en el pecho una alergia sin más?

Sábados de creación

En mi familia somos gente de costumbres. Costumbres que, a base de repetición, se convierten con el paso de los años, y nuestro beneplácito, en tradición familiar.
Tenemos muchas y de muy variada condición. Una de ellas, tal vez mi preferida, es la del sábado de creación. Desde hace más de un millar de sábados, la familia al completo se reúne en la casa de mi abuela, que a su vez, es también mi casa y la de mi tía Betina. Y el día gira en torno a la comida, las buenas ideas, según nuestro parecer, y un gran pavo asado con guarnición de patata o arroz. Debo aclarar, que no se trata de una celebración cristiana. Para nada. Tampoco musulmana o similar. Hace años que decidimos no participar en este tipo de rituales y nadie pudo oponerse, pues está claro, que cada uno hace lo que a su entender más le conviene. Así pues, como iba diciendo, nos reunimos una vez más para celebrar el sábado de creación. En esta ocasión, mi madre y mi abuela preparaban la mesa mientras mis tíos, mis hermanas y yo acabábamos de concretar nuestro próximo proyecto. Como siempre, había sugerencias varias, pues mis hermanas apostaban por un patíbulo como los de antaño, mientras mis tíos preferían una reproducción a tamaño real de la torre Eiffel.
- ¡Hay sitio, hay sitio! -Aseguraban ellas cogiendo una cinta métrica que cruzaba el patio trasero. 
Yo por mi parte, prefería algo más emocionante, tal vez una montaña rusa con luces de colores que empezara en el patio de atrás y girara, subiendo por el tejado para volver a descender después en una pendiente un tanto peligrosa a la vez que divertida.
Como no conseguíamos ponernos de acuerdo, decidimos empezar a buscar materiales, pues fuera como fuere, íbamos a necesitarlos. Mis hermanas salieron con la vieja camioneta del tío Fito dispuestas a encontrar todo lo necesario.
- También habrá que conseguir algo de efectivo -Añadía mi abuelo- Son numerosos los recursos que vamos a necesitar esta vez.
Mientras, en otro lado de la casa, la abuela disponía la mantelería según lo estipulado: minutos antes, cada miembro había escogido un animal que mi abuela con su caja de rotuladores de la escuela, dibujaba con la inspiración fogosa del mejor artista.
Por mesa se utilizaba un gran tablón de madera y por vasos, pequeños cuencos de cerámica que mis hermanas realizaban semana tras semana llegando a disponer centenares de ellos acumulados ya en cajas y sobre todas las repisas de la casa. La verdad es que era todo un espectáculo, nuestro espectáculo. A menudo, los vecinos merodeaban por ahí, curiosos y escandalosos posaban su nariz entre la verja. Comentarios varios eran los que se hacían, pero a nosotros era algo que nunca nos había importado. Incluso muchas veces, les animábamos a entrar, pasen y vean, y aunque muchos se negaban les decíamos siempre: sepan que son, y serán siempre, bienvenidos a nuestro hogar.
 
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Palabroflexia y otras verbalidades by Jordina Navarro Llop is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported License.