jueves, 10 de octubre de 2013

El calor del hogar


Cuando llegó dijo que venía por un par de días. No más. Por lo visto, tenía que hacer algunos recados en la ciudad: una visita al médico de los huesos, otra al dentista y pasar a ver a su prima Herminia, que desde que su marido había pasado a mejor vida andaba algo delicada de salud.
Como buenos anfitriones, desde el primer momento la animamos a sentirse como en su casa. Martita le enseñó cómo estaban distribuidas las cosas en la cocina y le mostró cómo funcionaba la cafetera, que era nueva y algo más moderna a la que ella estaba acostumbrada. Yo, por mi parte, quise enseñarle el funcionamiento del televisor, del reproductor de dvd’s y del equipo de música. Aprendió rápido la viejita (definitivamente, uno no puede desconfiar del poder del ser humano para aprender a la edad que sea). Al día siguiente, cuando llegamos, la encontramos sentada en el sillón, mirando su programa favorito con el mando de la tele bien cerquita. Nos alegró ver que se sentía cómoda. Contenta. Como en casa. Dos días después, como quien no quiere la cosa, mientras tomábamos juntos una infusión, nos pidió si le podíamos ceder la habitación de matrimonio. Por lo visto, la cama de la habitación de invitados le provocaba un dolor insoportable en los riñones y ya no podía aguantar más. Evidentemente, nos cambiamos de habitación sin dudarlo. Y al hacerlo, por idea suya, trasladamos también la ropa de nuestro armario. Lo que sucedió horas después fue un movimiento obvio, una consecuencia de la causa: el baño grande le quedaba más cerca de su nueva habitación, así que quitamos nuestros cepillos de dientes, cremas y perfumes antes de acostarnos y los pusimos en el baño de invitados. Era un poco más pequeño, pero nos apañamos. La cosa siguió tan tranquilamente pero con alguna que otra novedad: caras nuevas aparecieron en forma de retrato, figuritas de porcelana, recuerdos de comuniones y bautizos. Y con el paso de los días, las mesas se llenaron de tapetes. Tres meses más tarde, no sabíamos qué hacíamos allí. Recogimos nuestras cosas y nos marchamos.

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