¡Hasta ahora!
miércoles, 24 de septiembre de 2014
jueves, 24 de octubre de 2013
Palabras cruzadas
Un
hombre en España, afligido por el recuerdo de un viejo amor, enviaba cada
mañana palabras de cariño a su antigua enamorada en Alemania. El mensajero,
cuidadosamente elegido, era una paloma vestida con un lazo rojo, símbolo de su
afecto.
Entre
tanto, otro hombre en Francia, pasional y amante del tiro al arco, no daba
crédito a su buena suerte: cada mañana, una paloma, con un lazo rojo alrededor
del cuello, atravesaba su cielo con fervorosos mensajes que descubría tras constatar
su buena puntería.
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miércoles, 16 de octubre de 2013
Una huida controlada
Diez
minutos antes de la hora, besó en la frente a sus dos hijos, cogió el bolso y se
despidió de lejos de su marido mientras hacía ver que su madre la llamaba por teléfono. Al
llegar, entró en el bar, se sentó en una esquina y pidió un whisky solo, sin hielo. Antes de tomar el primer sorbo, que en
realidad fue un buen trago, giró lentamente el vaso con la mano derecha deseando ese cigarrillo que ya no fumaba desde hacía tres años. Miró el reloj,
se arregló la blusa y aprovechó para pintarse los labios. Bebió de nuevo. Observó
el vaso a contraluz y quiso evitar poner la mente en claro. Solo unos minutos después, mientras miraba hacia la puerta, sintió a la incomodidad escurriéndose
por la ventana, dispuesta a sentarse a su lado, decidida a recordarle al oído
que aquello no era para ella.
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martes, 15 de octubre de 2013
Fantasías
Siempre
que lo veía aprovechaba para desnudarlo con la mirada. Le quitaba el jersey, la
camiseta, el pantalón. Le gustaba dejarlo en calzoncillos, sin calcetines. Se
lo imaginaba en el suelo, estirado, convulsionando como si fuera un pez fuera
del agua. Y, entonces, esperaba. Dejaba pasar los minutos. Las horas. Los días.
Buscando el momento en el que él la miraría para pedirle socorro. Una ayuda que ella siempre le negaría.
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lunes, 14 de octubre de 2013
Canibalismo amable
Amigo mío, bocado a bocado, procederé a devorarte con máxima estima.
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jueves, 10 de octubre de 2013
El calor del hogar
Cuando llegó dijo que venía por un par de días. No más. Por
lo visto, tenía que hacer algunos recados en la ciudad: una visita al médico de
los huesos, otra al dentista y pasar a ver a su prima Herminia, que desde que
su marido había pasado a mejor vida andaba algo delicada de salud.
Como buenos anfitriones, desde el primer momento la animamos
a sentirse como en su casa. Martita le enseñó cómo estaban distribuidas las cosas
en la cocina y le mostró cómo funcionaba la cafetera, que era nueva y algo más
moderna a la que ella estaba acostumbrada. Yo, por mi parte, quise enseñarle el
funcionamiento del televisor, del reproductor de dvd’s y del equipo de música.
Aprendió rápido la viejita (definitivamente, uno no puede desconfiar del poder
del ser humano para aprender a la edad que sea). Al día siguiente, cuando
llegamos, la encontramos sentada en el sillón, mirando su programa favorito con
el mando de la tele bien cerquita. Nos alegró ver que se sentía cómoda.
Contenta. Como en casa. Dos días después, como quien no quiere la cosa, mientras
tomábamos juntos una infusión, nos pidió si le podíamos ceder la habitación de
matrimonio. Por lo visto, la cama de la habitación de invitados le provocaba un
dolor insoportable en los riñones y ya no podía aguantar más. Evidentemente, nos
cambiamos de habitación sin dudarlo. Y al hacerlo, por idea suya, trasladamos
también la ropa de nuestro armario. Lo que sucedió horas después fue un
movimiento obvio, una consecuencia de la causa: el baño grande le quedaba más
cerca de su nueva habitación, así que quitamos nuestros cepillos de dientes,
cremas y perfumes antes de acostarnos y los pusimos en el baño de invitados.
Era un poco más pequeño, pero nos apañamos. La cosa siguió tan tranquilamente
pero con alguna que otra novedad: caras nuevas aparecieron en forma de retrato,
figuritas de porcelana, recuerdos de comuniones y bautizos. Y con el paso de
los días, las mesas se llenaron de tapetes. Tres meses más tarde, no sabíamos
qué hacíamos allí. Recogimos nuestras cosas y nos marchamos.
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miércoles, 9 de octubre de 2013
Decisiones tardías
—Hay que recuperar el tiempo perdido —se dijeron el uno al otro.
Pero por más que lo buscaron jamás volvieron a encontrarlo.
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