Diez
minutos antes de la hora, besó en la frente a sus dos hijos, cogió el bolso y se
despidió de lejos de su marido mientras hacía ver que su madre la llamaba por teléfono. Al
llegar, entró en el bar, se sentó en una esquina y pidió un whisky solo, sin hielo. Antes de tomar el primer sorbo, que en
realidad fue un buen trago, giró lentamente el vaso con la mano derecha deseando ese cigarrillo que ya no fumaba desde hacía tres años. Miró el reloj,
se arregló la blusa y aprovechó para pintarse los labios. Bebió de nuevo. Observó
el vaso a contraluz y quiso evitar poner la mente en claro. Solo unos minutos después, mientras miraba hacia la puerta, sintió a la incomodidad escurriéndose
por la ventana, dispuesta a sentarse a su lado, decidida a recordarle al oído
que aquello no era para ella.
miércoles, 16 de octubre de 2013
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